23/7/09

Casas: breves apuntes de autoayuda


Hace poco vi un documental donde mostraban cómo las ratas metabolizaban el veneno que las estaba matando y, con el paso de las generaciones, se volvían inmunes y más poderosas. Habían aprendido de la muerte, del dolor. Mediante un álgebra genético, produjeron la fórmula que les permitió imponerse y seguir teniendo un lugar en la larga evolución. En cada organismo hay una voluntad ciega que insiste en vivir. Esta imagen de las ratas me hizo reflexionar en el fenómeno del liberalismo menemista y el post liberalismo kirchnerista. Me pareció que el liberalismo salvaje, una expresión mundial con diferentes grados cuya expresión más berreta —el cover argento— fue encabezada por Carlos Menem, tuvo que mutar para permanecer en el poder. De esta manera surgió el Kirchnerismo. ¿Cómo hizo para mutar y permanecer hasta ahora? En principio, podemos decir que otorgó visibilidad a ciertos componentes sociales que eran despreciados y perseguidos desde el estado. De ahí, entre otras cosas, la reivindicación como slogan de los derechos humanos. En este caso se puede afirmar que las Madres de Plaza de Mayo fueron infiltradas dos veces: una vez por el asesino Astiz y otra por el ex presidente Kirchner. Este punto de la utilización espuria de los derechos humanos fue notable en el acto que se realizó en la Casa Rosada, en medio de la puja Gobierno vs. Campo, cuando se homenajeó con un monumento a los muertos del bombardeo fascista que derrocó a Juan Perón. No sé si lo recuerdan: esa vez en el estrado de un salón blanco repleto de dirigentes y funcionarios, con la presidenta, el vicepresidente y Néstor Kirchner de telón de fondo, habló una mujer a la que le habían matado a su padre en el bombardeo. El discurso fue errático pero intensamente emotivo. Lo terrible de todo fue que el dolor de esa mujer era claramente funcional a los intereses del gobierno, que en ese momento se debatía en una lucha de poder con los dirigentes agrarios. Recordemos una sentencia de Spinoza: Los políticos son seres impotentes que utilizan la tristeza de la gente para gobernar. Claro que hay políticos y políticos ¿no? A esta altura de mis cuarenta y tres años descubrí que sólo la vocación de servicio nos salva de vivir como un organismo natural, sólo desesperado por subsistir sea como sea. La vocación de servicio es la irrupción en el mundo salvaje (la civilización es simplemente un camino señalizado en un safari) de un momento contradictorio y antinatural. Porque digan lo que digan los fundamentalistas de la naturaleza, el patrón que rige a esta madre tan poderosa puede ser emparentada con la derecha más atroz: el tullido, el que no se alinea, el que no muta es obligado a abandonar el planeta. En el hombre —creo que escribió Friedrich Schelling— la naturaleza se observa a sí misma. ¿Y qué ve? Una voluntad ciega por permanecer. El problema es que —como seres humanos— estamos escindidos por el orden simbólico, porque desde que decidimos esconder la mierda y ponernos perfume, hemos entrado en la cultura familiar social popular y elitista. Acá que cada uno tache lo que no le corresponda. En realidad, todos parecen simulacros para ocultar una única verdad que hiela la sangre y produjo a la religión, los comics de superhéroes y la fábula de Jesús: que estamos abandonados en un universo físico e implacable. Y que los que tienen más posiblidades de sobrevivir en él son los que se mimetizan con la crueldad de la naturaleza, los que saben que para triunfar siempre tiene que sangrar algún culo, que es imposible vivir, permanecer, mutar, sin que mueran millones. Creo que esta crueldad es, a veces, de una belleza apabullante. Pero esa misma belleza es la que nos muestra que venimos a este mundo —en principio— para sufrir. De esto hablan los extraordinarios libros de Cormac Mc Carthy. Péguenle una hojeada al genial En La frontera, donde un niño que tiene que crecer a los tiros para —como Travolta— mantenerse vivo, primero cumpliendo un mandato social caza a una loba y después la libera, la cura y se la lleva en un viaje insensato para soltarla en la tierra de donde —supone— ella vino a buscar comida. Claro que en el camino es interceptado por el mal, quien se encarga de sacarle a la loba para llevarla a pelear en una riña de perros. El relato, que se llevaba la primera parte de la novela y que tiene ecos de El Oso de Faulkner, culmina cuando el chico decide matar a la loba para liberarla del sufrimiento al que la someten los que pagan por verla combatir. Hagamos la prueba de interiorizarnos en cómo vive un pollito desde que nace hasta que lo podemos comer: creo que es sólo un par de días bajo las lámparas del criadero que sirven, también, para que acelere el crecimiento. Si este pollito pudiera hablar, aunque suene paradójico, nos podría dar una lección sobre derechos “humanos”. ¿Cómo se sale de toda esta mierda? No se trata acá de escribir para representar un poder, para sentar una postura cool, cínica o dinamitera. No. Es más bien un lamento, la transmisión de un poderoso dolor que se instala en una incertidumbre total. Durante el año pasado, llegué a jugar varios partidos de fútbol cinco con un joven economista. Como un idiota, cuando terminábamos de jugar, yo le pedía que me diera clases de esa ciencia maldita. Como un idiota, suponía que detrás de la economía había una metafísica. Nada más errado. La economía es como la religión, está basada en papeles vacíos, en nada, pero produce sangre. Es pura inmanencia. Sin embargo, el modelo, el diagrama con el que se expande en el mundo, suele replicarse. Tomemos como ejemplo otra experiencia: Hace unos años compartí una revista con un grupo de gente que se nucleaba en torno a un supuesto Gran Artista. Era evidente que el trato con él, el trueque elemental, generaba un halo real para su círculo íntimo. Como yo no lo respetaba como artista —me parecía un fiasco— me llamaba la atención la forma en la que se le rendía pleitesía. Lo cierto es que todos estaban comprando una hipoteca basura ya que en el fondo, una vez más, cuando fueran a los bifes, no encontrarían nada de nada. Eso es lo que veo cuando veo el tiburón en formol de Damien Hirst: sólo enajenación y alienación.


Fuente: http://www.bonk.com.ar/
Fabián Casas.

22/7/09

La invisibilidad del trabajo, de Ser


Entrevista realizada en agosto de 2006 en el barrio de Palermo, Buenos Aires.


"Siento como que siempre necesito lo que es la dificultad, el riesgo. No me gusta… no puedo trabajar con algo que conozco ya, que sé que me sale naturalmente y que de alguna manera te… También es una forma de estar en el mundo, porque te coarta tu percepción. A mí me parece que está bueno no escribir para publicar. Me parece que la publicación es algo que va a suceder. Trabajar la poesía es como… es algo como, casi te diría, hasta cierto punto sagrado -si agregás a lo sagrado no algo como que sucede en otro planeta si no, como es sagrado un montón de cosas que hacemos que son completamente elementales, para la vida, para nosotros-. En ese sentido es como una especie de, de desarrollar algo que tiene que ver con mi manera de estar en el mundo. Entonces, yo no me planteo una publicación, me planteo: ¿cómo resuelvo esto, cómo lo hago? Y en resolver un poema o resolver determinadas cosas que tienen que ver con la literatura, para mí forma parte de cómo resuelvo estar en el mundo: qué soy. A mí me parece que uno de los grandes valores de las personas es la invisibilidad. Yo… una vez se me rompió una bota. Salí a la calle a buscar un zapatero. Dije: -No hay ningún zapatero acá. Y encontré a dos cuadras un zapatero. Increíble. Entré. El lugar era increíble: era un tipo viejo que… en la zapatería tenía una estufa prendida, ¿viste como ideal? Entrás, el tipo en la estufa tenía como una cosa de laurel, había un olor increíble, el lugar era increíble. El tipo me dijo: -Yo trabajo hace veinte años acá. Me dice: -Conozco a los… Yo dije: -¿Qué?, se vino recién, no lo había visto nunca. Entonces, ¿sabés lo que me di cuenta? Que el tipo era invisible, que tenía el don de la invisibilidad. Que incluía lo que yo te digo de lo que me gusta de los escritores: hasta que yo no lo necesité, el tipo no apareció, nunca me salió a buscar. Cuando yo lo necesité, apareció. El tipo lo único que hace, hace un montón de años, es su trabajo, que es hacer zapatos. Los hace geniales, te lo arregla re bien, ¿que más querés? Ya está. Eso me pareció genial. Yo dije: - Bueno, evidentemente la invisibilidad es un don. Hay gente que está todo el tiempo tratando de ser visible. Pero la invisibilidad es como un don. Y en ese sentido, yo sentí, dije: - Me gustaría ser escritor como el tipo este es zapatero. O sea, hacer mi trabajo, vivir en un lugar, cuando alguien me necesita me encuentra, cuando no me necesita no me encuentra. Y ya está."

Audio de la entrevista
Fabián Casas